De conformidad con los estándares internacionales y nacionales sobre violencia contra las mujeres, esta se entiende como “… cualquier acción u omisión, que le cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual, psicológico, económico o patrimonial por su condición de mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, bien sea que se presente en el ámbito público o en el privado.” (Ley 1257, 2008. Artículo 2)
Esta forma de violencia es estructural y sistemática, lo que quiere decir que ocurre a todas las mujeres y niñas en el mundo, en todos los contextos, disminuyendo sus posibilidades de vivir en condiciones de igualdad y dignidad, siendo perpetrada en el ámbito público y en el privado, por personas desconocidas o incluso por quienes tienen vínculos familiares, de amistad, o afectivos.
Las violencias contra las mujeres hacen parte de las violencias basadas en género, ello quiere decir que están fundadas en construcciones sociales e históricas, acerca de lo que significan las relaciones de poder entre hombres y mujeres en la sociedad y la jerarquía que en ello se da a la feminidad y masculinidad, donde la primera está subordinada a la segunda.
Las violencias contra las mujeres son de distintos tipos, puede darse a nivel físico, psicológico, sexual, económico y patrimonial, son consecuencia de la discriminación y a la vez profundizan la desigualdad para las mujeres dentro de la sociedad y se convierten en un elemento determinante que las hace vulnerables a otros fenómenos como la infección por VIH.
El contexto de las violencias contra las mujeres ha limitado históricamente la posibilidad de autodeterminación sobre sus cuerpos y suele menoscabar el ejercicio de sus derechos sexuales y reproductivos, limitando -por ejemplo- la negociación de encuentros sexuales protegidos incluso en el marco de relaciones erótico/afectivas, en las que aumenta el grado de exposición a la infección por VIH donde existen situaciones sistemáticas y continuas de violencia, que pueden incluir -aunque no exclusivamente- distintas formas de violencia sexual. Esto supone que la posición de desigualdad que mantienen mujeres y niñas en el mundo, dentro de distintos entornos (familia, sociedad) condiciona el acceso a información efectiva, fortalece los mitos en relación con el Virus, mientras que el ejercicio de la violencia las acalla frente a la utilización de los servicios de atención médica, o el uso de pruebas para la identificación del contagio y su tratamiento.
La violencia sexual, además ha sido una de las formas de violencia contra las mujeres y las niñas más extendida a lo largo de la historia, como una forma de violencia basada en género. Esta forma de violencia, las afectaciones físicas y emocionales que supone, constituye un particular riesgo para contraer el virus, pues las prácticas sexuales bajo coerción, (incluyendo formas de violencia como la trata de personas con fines de explotación sexual, o el matrimonio infantil), configuran un escenario elevado de exposición que determinan contextos y situaciones en los cuales las mujeres se vuelven más vulnerables al VIH/ Sida.
De ahí que una de las estrategias para poder hacer frente a la epidemia, sea el trabajo en el empoderamiento de las mujeres y las niñas para garantizar la autonomía sobre sus cuerpos y el ejercicio de derechos, así como el fortalecimiento de las herramientas que permitan deconstruir los patrones culturales que se encuentran en la base de la discriminación y la violencia contra las mujeres.